Fecha: 1852 – 1935 Santiago Muñoz Cabrejas «El tío Herrero«
Fecha: 1852 – 1935 Santiago Muñoz Cabrejas «El tío Herrero«
Relato de Miguel Álvarez de Eulate y Peñaranda en «Historias de mi pueblo»
Era el tío Herrero un cascarrabias. Los chicos de la escuela le conocimos muy viejo. Tan viejo que se murió cuando todavía estábamos en la Cartilla, sin pasar al Catón.
El tío Herrero era mucho hombre, de carácter duro y regañón y según contaban en el pueblo “ateo”. Decían que se reunía con la “Marimanta” de la “fuentona” en las noches de aquelarre. Y su historia la sabíamos todos.
La “fuentona era una vieja fuente romana en el centro del pueblo y que ya no existe. Entonces estaba llena de renacuajos y nadie bebía su agua. Y por las noches, hablando muy bajito, “callandito, callandito” contábamos los chavales, muertos de miedo, la historia de la “Marimanta” y la leyenda de “Pozairón”, que es un pozo entre Hontoria y La Aldea. Dicen que es un “ojo de mar” al que nunca se le ha podido medir la profundidad.
Y algo raro debe suceder, porque sin afluirle aguas, siempre está lleno por un misterioso manantial que viene de no se sabe dónde. Tiene un cerco de plantas acuáticas que delimita un círculo muy grande al que llaman “La Olla”. Y es ahí en la olla de “Pozairón” en donde hace muchos, muchísimos años. Se cayó un carro de vacas y todo, y nunca más se supo de él.
Por eso, en las noches oscuras de Hontoria, “muy callandito”, hablábamos los chavales del pueblo, de “La Fuentona”, “La Marimanta”, la “olla de Pozairón” y de los tratos del tío Herrero con el mismísimo diablo; porque de otro modo no se explica la historia que voy a contar.
Era, como decían en el pueblo hombre ateo y brusco. Su mujer se pasó la vida rezando por la salvación de su marido. Y tanto rezó que al fin Dios obró un pequeño milagro.
Un día en que el tío Herrero estaba arreglando la reja de un arado, vio venir a su mujer de la Iglesia con el rosario en la mano. Y con su rabia característica, después de soltar un montón de tacos bien sazonados de los ajos que él conocía, le quitó a su mujer el rosario y los tiró al tejado de la fragua.
Y entonces, todos los diablos del infierno se dieron cita en aquella fragua.
Porque el hierro de la reja que había de soldar al mango, echándole aquellos “pulvilis” que soltaban chispas blancas, se negó a “pegar”. Y una y mil veces intentó el tío Herrero la operación, “cayéndose el cielo abajo” sin que diera resultado.
Entonces se dio cuenta de que algo raro, que nunca sucedió, le estaba aconteciendo, y encontró la causa de aquel lío.
Así “con la cabeza gacha”, se fue a buscar la escalera del señor Heliodoro. Y cuando cariacontecido y mohíno bajó el rosario del tejado y se lo entregó a su mujer, se marcharon todos los diablos de su fragua. Y la reja “pegó” sin necesidad de echarle “pulvilis”. Por eso, aquel día Dios hizo su pequeño milagro, porque mucho puede una mujer que llora, como aquella mañana lloró la mujer de nuestro amigo.
El efecto que aquello le hizo al tío Herrero, nadie lo sabe. Porque él no daba su brazo a torcer tan fácil y seguía en sus trece.
Siempre pensó que él jamás se moriría. Solo cuando vio que todos los viejos de su edad iban desfilando por el camino de la frontera, es cuando se quedó pensativo. ¡Y le decía a su vecino! “¡Ay Vicente, estoy viendo que no quedamos uno!”.
Los chavales andábamos muy “escocidos” con él, porque tenía un huerto con ciruelas y se las íbamos a robar. Pero había que tener cuidado, porque en tocante a cargar la escopeta con cosas raras, nadie le daba lecciones. Y para los chavales metía sal en los cartuchos y… ¡pobre del que sintiera la caricia de aquellos perdigones del infierno en las posaderas!
¿Qué cómo se le ocurría meter sal en lugar de perdigones? Cosas más raras y difíciles sabia hacer, como esta que te voy a contar.
Una mañanita de verano, mientras el pueblo estaba en misa, nuestro buen amigo se fue a cazar. Había madrugado, como siempre y estaba atento, escuchado el canto mañanero de las codornices en el rastrojo diciendo “cómeme”. O al menos eso entendía el tio Herrero para quien la “bucólica” era un derivado de la boca. Y claro, enganchó la escopeta “de perrillos vistos” y con el perro a la vista, se fue para “La Camarera”.
Y anda que te andarás, mirando con la vista de águila los cantos de la sierra y una rastrojera, vio asomar dos orejas que le alegraron el ojo. Y no es que en Hontoria las codornices tengan orejas, no, es que nuestro amigo estaba viendo una liebre como el burro de la Venancia.
La verdad es que en aquel tiempo, se había abierto la veda de la codorniz, pero no la de la liebre. Salir al campo con la escopeta y encontrarse una liebre, por muchas vedas y leyes que haya, es cosa muy seria para un cazador como nuestro hombre. ¡Si no creía en Dios!, ¡, ¿Cómo iba a creer en el Congreso de los Diputados?, que mejor harían en echar de comer a los leones que hay en la puerta, que “echar” algunas leyes como esta de la caza, pensaba el cazador.
Pero… en los cartuchos no llevaba más que “mostacilla” y con ese perdigón, lo único que podía conseguir era hacerle a la liebre cosquilla en el rabo. Eso se lo sabía “de corrido”, pero el tío Herrero dio raudo y veloz con la solución.
Se sacó una “tachuela” de la bota, y vaciando la “mostacilla” del cartucho, metió la tachuela, cargó la escopeta y cuando la liebre salió corriendo, tiró con aquella puntería certera que tenía. Tan certera que dejó a la liebre clavada de las orejas en un pino.
Y él rabiaba luego cuando se lo contaba a Claudio y no se lo quería creer; “nada, la pura envidia de algunos, gruñía el tío Herrero, que son unos incrédulos”.
Y así, el tiempo pasó y pasó y… le llegó su hora en una mañana de otoño, en que el tío Herrero, hubo de dejarnos y trepar a “la Gloria” por la escalera del rosario de su mujer, que nunca dejó de rezar por él.
Porque…. ateo, ateo, pienso que no lo fue. Y aunque lo dijera, no se lo creía ni él.
Para saber más sobre el tio Herrero, pulsar en el enlace: http://www.pueblosconhistoria.com/el-tio-herrero/
1 Comment
Lo de que nació en Talveila lo dudo porque son apellidos que no había. Los de su primera mujer son más comunes. Pero me ha hecho gracia la historia