Como tantos pueblos de Castilla, la Villa de Hontoria del Pinar y sus aldeas, tiene tantos siglos de historia como alcanza la memoria.
Dicen que aquí se instalaron los celtíberos, vaceos, arévacos y pelendones a las orillas del Río Lobos; también nos han dicho que las legiones romanas pasaban por el Puente Campanario camino de Uxama y Clunia; por lo menos tuvieron el detalle de dejarnos algunas fuentes o “fuentonas” como aquí decimos. También estuvieron los árabes, pero no dejaron nada que sepamos.
Después de pasar por concejos medievales, alfoces y dominios eclesiásticos, con el único merito de pagar impuestos a condes, monjes y abades, es durante el reinado de Felipe II -fecha en que se reintegra a la corona- cuando la Villa de Hontoria despega económicamente gracias a su integración en la Real Cabaña de Carreteros.
La historia de esta institución manejó cifras que hoy pueden parecernos inverosímiles.
En 1.752, Hontoria contaba con 319 vecinos, de los que 276 eran propietarios de carretas; cada carreta producía un beneficio anual de 350 reales de vellón (11.900 maravedíes) lo que significaba un beneficio global para el vecindario de 17.302.600 maravedíes o de 508.900 reales de vellón. El fenómeno de la carretería serrana marcó un antes y un después en la vida serrana.
Las sucesivas guerras del siglo XIX, Independencia y Carlistas, supusieron un duro golpe para la carretería que ya no pudo recuperarse ni evolucionar.
Fue en 1.843 cuando Hontoria vuelve por la senda del crecimiento gracias a la instalación de la primera fábrica destiladora de resina lo que supone un siglo de pujanza para los vecinos que pueden añadir una más a las tradicionales actividades agrícolas, ganaderas y madereras.
En la actualidad, como en el resto de pueblos castellanos, la socorrida emigración es la vía de escape de muchos hontorianos que mantienen vivo el recuerdo de su pueblo y anhelan poder volver.