A los quince años, cumplidos en agosto, entré en la escala de los mozos, y cuando ya tenía dieciséis años, ya les dije a mis padres que me gustaría aprender a conducir, ellos no querían, decían que tenían mucho peligro. En el pueblo había dos camiones y dos turismos. Había un camión Chévrolet con palier flotante, creo que fue el primer modelo que llegó a España. Un buen día hablé con el propietario, que era el señor Ayuso, Antonio, y le conté que yo quería ir con él tan sólo con el motivo de aprender a conducir.
A mí me tenían en el pueblo por un chico con mucha idea porque el pueblo es pequeño y todo el mundo se conoce en él. A todo esto mis padres no sabían nada. Esta fecha era en el año del 38. Estuve en él unos pocos días, y no estuve más porque me llamaron al ejército, o sea, a la guerra que había entonces, que fue cuando mis padres se enteraron de que iba a aprender a conducir.
No se enfadaron, como me iba a la guerra aquello les dolía más. En esos días que estuve practicando la conducción, ya me hice algunos viajes cortos aunque como aprendiz y sin carnet. Hacía de ayudante, y la primera mercancía que transporté fueron cubas de resina, de madera de roble con un peso aproximado de 230 kilos. Las primeras prácticas fueron por un gran pinar de la provincia de Soria, llamado Pinar Grande, y la primera gasolina que yo reposté en el camión Chébrolet me costó 76 céntimos el litro, en un pueblecito muy bonito llamado Navaleno, de la provincia de Soria. Me lo repostó una señora, la misma que me repostó a 120 pesetas el litro, en otro pueblo a seis kilómetros de anterior llamado San Leonardo de Yague, a nueve kilómetros de mi pueblo llamado Hontoria del Pinar, de la provincia de Burgos. A medio camino de estos nueve Kilómetros de distancia esta el confín de las provincias de Burgos y Soria.
Antes de empezar con los coches me hice varios viajes con un carro de vacas cargado de madera que a continuación comento.
El año 37, cuando mis tres hermanos estaban en la guerra me tocó luchar con el campo en compañía de mi padre, mi madre y una hermana, Teodora. Como se puede comprender yo tenía que llevar la voz cantante del trabajo del campo que teníamos la familia Sastre. Recuerdo que aquél año tocó sembrar en Costalago y aún no existía la carretera. Había que dar la vuelta al Pico de Navas pasando por este pueblo.
Me tocó ir diez días seguidos a Costalago y se tardaba de dar la vuelta seis horas con un carro de vacas, que es lo que se usaban entonces los labradores de este pueblo Hontoria, para el transporte de toda clase de mercancías.
Recuerdo que el día catorce de agosto, día que cumplía dieciocho años, metimos en los graneros de casa todo el trigo, que fueron ochenta fanegas, entre mi padre de sesenta y cuatro años, mi hermana Teodora y yo, en las famosas arcas de madera. Como verán los que conocen esto, era la víspera de las fiestas de la Virgen de Agosto y San Roque.
Pasamos tres días de fiesta y al día siguiente a seguir con las labores de la era. Entonces ya abeldábamos con máquina, pero sin motor. El motor éramos nosotros que teníamos que dar la manivela, con bastante trabajo. Se acabó de las eras, y enseguida, antes de hacer la sementera, me preparó mi padre un carro de madera para salir de viaje en busca de piensos para las vacas para el invierno. Era normal invernar alrededor de una docena de reses vacunas.
En este primer viaje que yo hacía, tuve la suerte de que bajando la cuesta de la Venta del Espino se me rompió el eje del carro, nada más empezar el viaje y el programa que teníamos era ir a Valladolid, un viaje de cinto sesenta kilómetros. Bueno, se rompió el carro, regreso al pueblo a por otro carro, me presento con mi pareja de vacas a mi padre, que se llevó un gran disgusto, cojo otro carro y de vuelta a buscar el roto, cambio las maderas de uno a otro y en busca de los compañeros con los que había quedado donde se hacía la disuelta, o sea a dormir la primera noche, que era al lado del Río Lobos, donde nace, en un terreno de Pinilla. Los compañeros eran, mi cuñado Joaquín, su hermano Candido, mi tío Santiago, el tío Domingo Pedrito y mi persona. Como se verá mi primer viaje no empezó bien, pero al final acabó bastante bien, gracias a Dios. Al día siguiente a dormir a Quemada, a una posada, Casa Julilla, conocida por todos los “ serranos”, que es como nos llamaban en toda la ribera del Duero y más sitios que frecuentábamos los de la zona de pinares de Burgos y Soria. Los de esta zona, en los siglos catorce al diecisiete, transportaban con bueyes mercancías por toda España, que los protegían los reyes que entonces reinaban.
Volvamos al viaje, de Quemada a dormir a Tortoles, pasando por Aranda de Duero. En este pueblo de Tortoles se coge el valle de Esgueba que va a parar a Valladolid. Otra noche dormimos en Castro Verde. Total a Valladolid tardamos seis días, una media de veinticinco kilómetros diarios.
Ya en Valladolid había que procurar vender la madera lo antes posible. El paradero en Valladolid era en las puertas de Tudela. Allí los compradores acudían en busca de lo que les hacía falta. A veces se vendía el carro entero, otras en piezas sueltas. Total que se venía a sacar por el total de la madera aproximadamente quinientas o seiscientas pesetas. Ese dinero se empleaba para comprar pienso para el ganado ya que en la cosecha del labrador no se cogía bastante a pesar de que mi padre era de los que más cogía en el pueblo.
Este viaje de regreso al pueblo lo hicimos por el valle de Esgueba, subiendo por la cuesta de Encinas, que era mala para el ganado. Yo traje en aquel viaje a casa, quince fanegas de yeros, que era el pienso preferido por las vacas. Pasamos por el pueblo ya dicho de Encinas, Villaescusa, Roa, Las Vellangas y Aranda. Aquí cogimos la misma ruta de ida a Valladolid. Por cierto, yo llevo veinticinco años viviendo en Madrid en la calle Villaescusa.
Solíamos traer en estos viajes algo de fruta o vino en pellejos. En total en los viajes se solía tardar unos dieciocho días más o menos. Yo llevaba una pareja de vacas jóvenes, una se llamaba Voluntaria porque era buena para trabajar y la otra mohína ya que esta era negra zaína.
Ya realizado este primer viaje se hacía la siembra del trigo, sobre el mes de octubre o noviembre. Terminada la sementera volví a hacer otro viaje a Valladolid. Este tuve más suerte, no se rompió el carro. De compañeros íbamos tres mayores y tres jóvenes, o sea que fuimos juntos, mi tío Santiago, Felix el Lila, el tío Domingo Pedrito, Pepe Navazo, Benicio Manchado y Demetrio Sastre, yo. Salimos, como de costumbre, preparados con algo de comida y una pequeña cantidad en metálico, que solía ser más o menos veinte pesetas, hasta que se vendía la madera. Las comidas que se hacían, la mayor parte eran de ajo arriero, que se componía de carne de cordero cocida, y con el caldo de la carne se hacían sopas de pan y ajo. Estas se comían las últimas y la carne lo primero. También se hacían otras comidas, pero esta era la preferida en la comarca de los Serranos. La cama, si el tiempo era bueno se hacía al aire libre, al lado de las vacas y si era malo en posadas, pero siempre al lado de la pareja de vacas que uno llevaba.
Seguimos con el viaje segundo a Valladolid. Yo este viaje llevaba ciento veinte cabrios de madera, que mi padre había preparado, labrados con hacha, que esto se le daba muy bien. Cuando ya cogimos la carretera dirección Valladolid la pareja que iba delante era la que más sufría, por eso se echaba a suertes para ver quien empezaba la primera. Los relevos se hacían cada media día. La ruta de éste viaje hasta Aranda era la misma, o sea, Huerta del Rey, Coruña del Conde, Arandilla, Peñaranda de Duero, Zazuar, Quemada y Aranda de Duero. Aquí cogimos otra ruta diferente a la anterior, por Castrillo la Vega, Nava de Roa, Fuentesan, El Empecinado, Peñafiel, Quintanilla de Arriba, Quintanilla de Onésimo, Pardón, Tudela de Duero, La Artirueja, a parar a las puertas de Tudela. Por cierto, nada más llegar a Valladolid empezaron a sonar las sirenas anunciando aviones de la Zona Roja, que podían bombardear a la población. La gente corría a los refugios y nosotros, quizás inocentes, no nos movimos de nuestros carros y vacas. Al final no pasó nada, los aviones desaparecieron sin novedad.
Allí a esperar a que alguien llegara a comprarnos la madera. Cuando ya llevábamos tres días sin vender un palo, llegó un señor con buena pinta que nos ofreció que nos compraba a todos la madera. Se trató con él y llegamos a un acuerdo. Yo como ya he dicho antes, llevaba ciento veinte cabrios, a duro, ciento veinte duros, ósea seiscientas pesetas, que me valió la madera que llevaba, y los compañeros más o menos. Esta cantidad, que hoy parece nada, entonces si lo era. Yo compré, ya de regreso a casa, en un pueblo que se llama Pesquera, cerca de la carretera general de Aranda, quince fanegas de yeros, lo mismo que el otro viaje, y después en Nava de Roa, compré un pellejo de vino de cinco cántaras y la colambre, o sea, el pellejo, y me costó todo trece duros, o sea, sesenta y cinco pesetas. A los que no han conocido esto, les parecerá un cuento chino, pues no señores, todo es verdad.