SESENTA AÑOS AL VOLANTE, HISTORIA DE UN CONDUCTOR
Hontoria del Pinar -Burgos-
Historia de un modesto conductor con sesenta años de experiencia 1938-1998.
Soy el benjamín de los catorce hijos que tuvieron mis padres, en los sesenta y dos años de matrimonio. Fueron unos modestos labradores y en mi familia no había antecedentes de conductores. Nunca hubo coches, tan solo hubo una bicicleta. Yo de niño ya me formaba con latas de sardinas, trenes, coches y toda clase de juguetes que entonces existían. También me gustaba mucho la bicicleta, pero lo que más me gustaban eran los coches.
Esta historia la empezaré contando un poco como era mi infancia. A los siete años fue cuando yo hice mi primer trabajo, que fue ir a ayudar a misa, o sea, de monaguillo. Que en aquellos años, los niños cuando hacían de monaguillos tenían para ellos una gran importancia. Me daban diez céntimos, lo que se decía una “perra gorda”; entonces aún existían monedas de dos céntimos y algunas de un céntimo. En varias ocasiones, las mujeres que iban a misa todos los días, me mandaban que cambiara una “perra gorda” por cinco monedas de dos céntimos, ya que echar al cura en los responsos una “perra chica” les parecía mucho. La “perra chica” valía cinco céntimos. Estas monedas de dos céntimos las almacenaba el cura ya que era normal que a él se las dieran.
A los ocho años ya me gustaba cantar cuando había funerales, que el cura los cantaba y yo le acompañaba, y como entonces se decían las misas en latín, era muy difícil. Ya en esos años me gustaba imitar a cualquier juguete que a algún niño le compraban. Yo también tenía alguno nuevo ya que tenía bastantes hermanos fuera del pueblo y cuando iban a ver a la familia se acordaban del niño pequeño. Una vez me llevaron un oso con ruedas que era grande y me montaba en él. Todos los niños se hicieron amigos míos ya que aquél juguete no era corriente verle en aquellos tiempos.
La bicicleta que había en casa se la compraron mis padres a mi hermano Aurelio, que era el cuarto empezando por abajo. Se la compraron porque este ya trabajaba en el ferrocarril Santander-Mediterráneo, que se empezó a hacer en el año 27. Como es natural yo también aprendí tal como ya sabían los otros tres hermanos mayores seguidos de mí para arriba. Ya a los diez años empecé a arreglar la bicicleta las cosas que le pasaban. Mis padres me reñían mucho porque creían que cuando desmontaba alguna pieza ya no la sabría montar. En ocasiones me costaba mucho, lo cual era normal en un niño de diez años, pero como siempre he sido cabezón, conseguía montarlas, A los doce años ya era entre los de mi edad y algo más de los que sobresalía. Tenía buenos reflejos y me decían que tenía mucha idea.
A todo esto yo seguía de monaguillo y ya tenía una altura que la gente me decía que era más alto que el cura. En aquellas fechas aún tenía abuela y que además era muy santurrona, y me animaba a que fuera al Seminario a ver si conseguía hacerme cura. Yo no estaba animado ni tenía vocación.
De doce años a catorce ya hacía cosas de carpintería, llegué a hacer algunos reclinatorios para que se sentaran las mujeres en la iglesia. A esa edad de doce a catorce años ya no me gustaba jugar con los niños de mi edad ya que era de los más altos. Tenía un metro y setenta centímetros de altura y me parecía mal. Yo quería ir con los más mayores, como por ejemplo mi hermano Félix, que me lleva casi tres años, y sus amigos. Ellos estaban conformes con que yo iría con ellos porque con mi hermano siempre me he llevado bien, como amigos y como hermanos.
En el colegio fui un niño normal, empecé a ir a los seis años. Era una casa que habilitaron para colegio. Allí estuve aproximadamente un año ya que nos trasladaron a uno nuevo que hicieron. En aquellos años no había más que un maestro y una maestra, que por cierto eran matrimonio. El marido llevaba a los niños y la señora a las niñas. El maestro llegó a tener matriculados hasta ciento veinte niños, claro que todos no nos juntábamos nunca, pero si íbamos a diario setenta u ochenta niños, que eran demasiado. Yo era de los veinte primeros y no se me daba mal el estudio. Las matemáticas, para mí, eran las que más me gustaban, el resolver problemas se me daba bien, la geografía y el hacer mapas y los rompecabezas que a veces el maestro también nos ponía. A este señor maestro también los mayores le ayudaban. Nos mandaba cuando nosotros no teníamos clase a repasar la lección de los más pequeños. Tenía que arreglarse así pues le era imposible atender a todos por el exceso de alumnos.
Cuando salí de la escuela ya tenía catorce años, que era la edad que permitían en aquellos años. El maestro que se llamaba Miguel Álvarez de Eulate, nos decía cuando nos despedíamos a los catorce años, a algunos, no a todos, que nos íbamos con una preparación de un tercer año de bachiller, que no estaba mal en aquellos tiempos. Después, alguna vez, fui a los adultos, que las clases eran de noche. El maestro D. Miguel fue un gran maestro, a pesar de tener tantos niños, algunos salían bien preparados.