Tomás Romero Ibáñez durante el servicio militar (1.935)
Tomás Romero Ibáñez durante el servicio militar (1.935)
Fotos y textos de David Alba Romero
Mis abuelos.
Tomás Romero Ibáñez era mi abuelo. Lo recuerdo como un hombre cariñoso, reservado y recio. Dicen, los que le conocieron, que su carácter cambió como consecuencia de su participación en la Guerra Civil. “Lo que uno ve y vive en un campo de batalla, luchando contra sus propios hermanos, puede cambiar a cualquiera” solía repetir (siempre en un tono muy bajo como si me susurrase al oído) cuando me sentaba sobre su regazo al calor de la lumbre.
Bruno Romero y Sinforosa Ibáñez eran los padres de Tomás. La pareja tuvo cuatro hijos: Fermina, Emiliano, Tomás y Leocadio. Bruno nació en Fuencaliente y Sinforosa en Palacios de la Sierra. Se instalaron en Hontoria atraídos por el trabajo que la explotación resinera de los pinos ofrecía.
La primera fábrica de Resina de España se creó en el término municipal de Hontoria del Pinar en 1843. La fábrica creo numerosos puestos de trabajo, tanto directos como indirectos, que hicieron florecer al pueblo. Numerosas familias provenientes de lugares tan dispersos como Ávila o Segovia se asentaron en Hontoria para trabajar en la resina.
Sinforosa Ibáñez, la madre de mi abuelo, fue una de las valientes mujeres que cada noche, a lomos de un burro, subía comida a los republicanos que se encontraban escondidos en el monte. Una labor que llevaban a cabo varias mujeres del pueblo incluso a escondidas de sus maridos.
Mi abuelo nació en 1914. De pequeño compaginaba sus estudios en la escuela con la labor de pastoreo. A los 21 años viajó hasta Bilbao para cumplir con la patria formando parte del regimiento de Artillería del Cuartel de Garellanos. La mili se complicó debido al golpe de estado de los rebeldes y se vio inmerso en una guerra que duró hasta 1939.
Los avatares del destino hicieron que su propio hermano (Leocadio) luchara para el bando Nacional y que ambos se enfrentaran en Vitoria. Leocadio murió en el campo de batalla el 16 de noviembre de 1937 pero Tomás no supo de ello hasta un año después. Cuando llegó a Hontoria al finalizar la guerra, su padre también había fallecido.
Durante los años que duró la guerra luchó en Guernika, fue herido por la metralla y perdió un ojo. Su estancia en el Hospital Cruces de Bilbao le costó caer preso del bando insurrecto y acabar en una cárcel del sur de la península. De sus innumerables relatos sobre la guerra, recuerdo que siempre contó con orgullo, el buen trato que había recibido de los militares nacionales durante su cautiverio.
No se el tiempo exacto que mi abuelo pasó en la cárcel pero lo que sí me dejó claro es cada uno de los días que pasó entre rejas, su único menú eran las lentejas. “Esas te las comes tú” le decía a mi abuela cuando osaba incluir esa legumbre en el menú diario. De las muchas veces que comí con mis abuelos, jamás volví a verle comer una sola cucharada de lentejas.
El fin de la guerra supuso el comienzo de un largo y duro periodo para los españoles. Tomás volvió del frente con un buen puñado de billetes del bando republicano bajo el forro del abrigo, una hazaña que le sirvió de poco ya que, en la España nacional, cualquier vestigio republicano era repudiado.
En una de las muchas conversaciones que mantuve con mi abuelo acerca de la época de la posguerra en Hontoria, me contó como presenció el enfrentamiento del que sería su futuro suegro con un grupo de falangistas que entraron en la cantina del pueblo. “El hecho ocurrió a principios de los años 40, tres personas armadas entraron a la bodega y obligaron a los clientes a levantarse de las sillas y entonar el cara al sol. Eusebio Asensio se negó y tras unas fuertes palabras y un forcejeo todo quedó en calma”.
Durante los años 40, Tomás comenzó a trabajar en la fábrica de la resina y fue en ese mismo lugar donde se jubiló a la edad de 60 años. De su estancia en la fábrica siempre destacó el compañerismo de Federico Gómez alias “El trillo” con el que trabajó destilando y moviendo cubas llenas de resina. Durante ese periodo de tiempo conoció a la que se convertiría en su mujer: mi abuela, Felisa.
Felisa Asensio Bartolomé, era una de los cinco hijos de los carreteros de Hontoria. Su padre Eusebio, casado con Mónica, trabajaba en la fragua. El creciente negocio de la resina necesitaba mano de obra para cubrir todas las necesidades y esta fue la razón por la que los padres de mi abuela viajaron hasta Hontoria del Pinar. Provenientes de localidades cercanas, Zazuar y Pinilla de los Barruecos, crearon su propio taller de carretas y cubas de madera.
Eusebio, ayudado por sus dos hijos varones, se dedicó al arreglo y construcción de carretas. Estas eran usadas para el transporte de madera y de las cubas con las que se transportaba la resina. Mi bisabuelo aprendió el oficio de carretero gracias a su suegro Francisco. Este hombre había nacido y vivido en Mamolar (hasta el momento de contraer matrimonio) y allí había un gran número de carpinteros y personas que se dedicaban al oficio de la transformación de la madera (carreteros, cuberos…).
El apodo y el oficio de carretero fue heredado por mis tíos Eugenio y Ubaldo. Ubaldo es el único de los cinco hermanos que aún vive (Benita y Juanita fallecieron en Palma de Mallorca, lugar al que emigraron en los años 50).
Tomás y Felisa se casaron en el año 1954. En aquella época, tanto mi abuelo que contaba con 40 años de edad como mi abuela, once años menor, ya eran considerados demasiado “viejos” para seguir solteros. Fruto de esa relación, nacieron Javier (mi tío) y Pilar (mi madre).
Hoy, el tiempo no ha conseguido borrar los recuerdos de aquellas largas tardes de verano en las que junto con mi hermana Mónica y mis primos aprendíamos a jugar a la calva y a las tabas con mi abuelo mientras mi abuela nos preparaba la merienda.
David Alba Romero
Fermina Romero Ibáñez, Tomás Romero Ibáñez y Emiliano Romero Ibáñez
Los avatares del destino hicieron que su propio hermano (Leocadio) luchara para el bando Nacional y que ambos se enfrentaran en Vitoria. Leocadio murió en el campo de batalla el 16 de noviembre de 1937 pero Tomás no supo de ello hasta un año después. Cuando llegó a Hontoria al finalizar la guerra, su padre también había fallecido.
Durante los años que duró la guerra luchó en Guernika, fue herido por la metralla y perdió un ojo. Su estancia en el Hospital Cruces de Bilbao le costó caer preso del bando insurrecto y acabar en una cárcel del sur de la península.
Hoy, el tiempo no ha conseguido borrar los recuerdos de aquellas largas tardes de verano en las que junto con mi hermana Mónica y mis primos aprendíamos a jugar a la calva y a las tabas con mi abuelo mientras mi abuela nos preparaba la merienda.
Tomás y Felisa se casaron en el año 1954. En aquella época, tanto mi abuelo que contaba con 40 años de edad como mi abuela, once años menor, ya eran considerados demasiado “viejos” para seguir solteros. Fruto de esa relación, nacieron Javier (mi tío) y Pilar (mi madre).
Durante los años 40, Tomás comenzó a trabajar en la fábrica de la resina y fue en ese mismo lugar donde se jubiló a la edad de 60 años. De su estancia en la fábrica siempre destacó el compañerismo de Federico Gómez alias “El trillo” con el que trabajó destilando y moviendo cubas llenas de resina. Durante ese periodo de tiempo conoció a la que se convertiría en su mujer: mi abuela, Felisa.
1 Comment
Pues ha sido un placer leer una excelente síntesis de los años de la República, la Guerra Civil y la Dictadura- y la historia de Hontoria- encarnados en personas que estaban en mi memoria. Mi familia vivió al lado del cuartel, al píe de la carretera, y los obreros de la fábrica de resinas, en su ir y venir, forman parte de los recuerdos de mi infancia. Desde esa inocencia, cómo adivinar la dura carga que ya llevaban a la espalda.
Gracias David Alba Romero por tu texto y tus fotos, a todos los que escriben, y especialmente a ti, Salomón Ortega Muñoz, por llenar con estos testimonios los silencios de aquellos tiempos.